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Nuestras vidas no pueden encontrar equilibrio sin una auténtica y profunda espiritualidad que brota de la oración. La oración hizo que los apóstoles fueran dóciles al Espíritu e instituyerana los primero 7 diáconos en una comunidad que crece, murmura pero «que confrontandose, orandoa y acudiendo a los apóstoles», se mantiene unida y continua creciendo… P.Pablo A. Villafranca M.

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©Pbro. Pablo A. Villafranca M.
La primera lectura está tomada de Números 11,25-29, para entender el mensaje de la Palabra, debemos leer desde 11,1-24.
El relato nos muestra dos murmuraciones del pueblo, una en 11,1-3 y otra en 11,4-9. La queja del pueblo en la primera murmuración y la nostalgia por los alimentos de la esclavitud en Egipto son un rechazo al don de la libertad que Dios les ha dado, una resistencia a sujetarse a la alianza y aceptar los designios de Dios. Ante las dificultades del desierto el pueblo quiere todo realizado sin esfuerzo. Dios arde en celo y hace ver al pueblo su total desacuerdo a que se revelen a sus designios y hace «arder su cólera», una manera de decir que muestra su santidad.
Sin embargo el pueblo se queja nuevamente, esta cansado del maná, no basta para ellos ese alimento, quieren carne. En el camino hacia la tierra prometida, Israel siempre se muestra insatisfecho y siempre quiere más, una vez alcanzada una conquista, le surge un nuevo deseo. Persisten en su deseo de comer carne. Ahora quien escucha este clamor es Moisés, aunque Dios quiere reaccionar de la misma manera que la anterior, Moisés muestra lo que ha logrado hacer su tercera cuaresma de vida, como ha madurado y le pide a Dios con una súplica bellísima que se dé cuenta que el clamor del pueblo es legítimo y que la carga que el lleva es demasiado pesada (cf. 11,10-15). Dios accede a la súplica de Moisés y le dice que bajará a la tienda de la reunión donde deberá estar con 70 ancianos del pueblo a quienes les dará parte de su Espíritu para que le ayuden con la carga del pueblo (11,16-17).
Y Al pueblo que se preguntó: «¿Quién nos dará de comer carne? Yo Yahvé les voy a dar a comer carne. No un día, ni dos ni cinco, ni diez, ni veinte, sino un mes entero, hasta que les salga por las narices y les de nauseas…» (11,19-20)
Moisés contra argumenta, quiere saber como puede ser posible y Dios responde «ahora verás si vale mi palabra o no». (11,23) Hermosa lección de la eficacia de la Palabra de Dios que no se agota en el tiempo ni el espacio, que es muestra la condescendencia del Señor ante las rebeldías de su pueblo y que así como escucha las quejas del pueblo, escucha la apelación de su amigo Moisés.
El evangelio de Mc 9.38-43.45. 47-48 aborda dos temas fundamentales:
1.  La actitud a abordar frente a los que no son de la comunidad cristiana. (Mc 9,38-41)
2. El tema del escándalo. (Mc 9,42-50)
La actitud frente a los que no son de la comunidad es abordada a partir de la intransigencia de Juan que espera un aplauso por haber prohibido a un judío realizar exorcismo en nombre de Jesús (costumbre frecuente en aquella época y que se mantuvo en el judaísmo vigente hasta el s. II d.C). Jesús se opone a la intransigencia, a cualquier forma de intolerancia ideológica y religiosa y argumenta que si se hace el bien en su nombre, no se les hará mal a ellos. Esta es una visión universal de las relaciones de la fe cristiana con el mundo.
El tema del escándalo inicia primero por los más pequeños (en griego Míkroi), y pueden ser los humildes, los niños, los no suficientemente formados o los más pobres de la comunidad. Es preferible la muerte que dañar a estos pequeños. Y el «Es preferible» no hay que interpretarlo al pie de la letra, pues luego el escándalo se asocia no al daño hacia el pequeño sino hacia si mismo, aludiendo a los miembros en los que reside la concupiscencia y la exterioridad del cuerpo: el ojo, la mano y el pie. Es preferible un daño parcial: el entrar tuerto, manco o cojo al Reino de Dios, que condenarse. Entre una pena eterna tan grave y otra temporal más leve, la lógica de Marcos induce a preferir la renuncia a cualquier situación, acto, persona o medio de pecado que nos lleve a la condenación y no necesariamente a la mutilación de los miembros del cuerpo.

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© Pbro. Pablo A. Villafranca M.

Hoy nos encontramos en el Dt 4, 1-2. 6-8. Moisés va a introducir con un largo discurso el Decálogo que menciona en Dt 5,6-22. En un punto de su discurso hace ver al pueblo que «guarden y practiquen esos mandamientos, ya que ellos son su sabiduría e inteligencia a los ojos de los demás pueblos». (4,4) «Y que no añadan ni quiten nada de los que les manda…» (4,2) Hay una correlación entre la fidelidad a lo prescrito y a la praxis del pueblo. El pueblo aparecerá como sabio e inteligente si es fiel hasta el punto de no «añadir ni quitar nada» y  si «guarda y practica esos mandamientos de Yahvé». El mundo griego distinguía entre el “Sófos” verdadero, que buscaba y enseñaba la verdad, y el vendedor de ideas ilusorias o sabiondo que llamaba “Sofísta”. Hoy el mundo corre apasionadamente no tras la verdad, sino tras novedades y busca más vivir a “su” medida que a la medida de Dios; por eso continuamente a esos mandamientos les quita aquello que no le gusta, incomoda y complica la existencia, resultando insolente y necio, haciéndolo devenir en alienaciones, servidumbres y muerte.

Santiago hoy nos lo recuerda acertadamente diciendo: “Acepten la palabra que ha sido plantada en ustedes y es capaz de salvar sus vidas. Pongan en práctica la palabra y no se contenten sólo con escucharla, engañándose a ustedes mismos. Si alguno se contenta con oír la palabra sin ponerla en práctica, se parece al que contemplaba sus rasgos en un espejo: efectivamente, se contempló, pero en cuanto se dio la vuelta se olvidó como era. En cambio, el considera atentamente la ley perfecta de la libertad y se mantiene firme, no como oyente olvidadizo, sino como cumplidor de ella, será feliz practicándola”. (St 1,22-25)

El evangelio de hoy trata de la pureza del corazón. Podemos sintetizarlo así: el hombre “puro” es él que tiene el corazón puro, y tiene el corazón puro quien sigue la voluntad de Dios revelada en la Biblia, voluntad que centra todas las decisiones del hombre en la motivación fundamental del amor. Mejor dicho, lo que hay que purificar es el amor. En el texto, Jesús establece dos principios fundamentales, la prioridad de la palabra y la centralidad del corazón, e invita a analizarlos a partir de casos concretos. Por medio de estos dos principios Jesús nos enseña el “hacer” que Dios espera de nosotros como hombres nuevos. Así la relación con Dios no se convierte en un puro acto formalístico y mágico, sino existencial y estructurado en el compromiso cotidiano. El culto que no brota de la fidelidad y la práctica de la palabra es vacío: “No es más el culto el que es fuente de vida, sino la vida la que es fuente del culto”. (Käsemann)

Todo inicia en 1,2 cuando un grupo de  fariseos y escribas que se habían acercado a Jesús se dieron cuenta que los discípulos comían sin lavarse las manos (impuras). (7,3) Marcos deja claro que la polémica no nace por un problema de higiene, sino por un problema ritual  cultual. Los judíos tienen esas estrictas normas de purificación ritual necesarias para dar culto a Dios y recibir su bendición en Ex 40. Lv 15 y Nm 19.

  En  7,8 Jesús desenmascara a los que usan mascaras religiosas y son hipócritas, que olvidan lo fundamental: La Palabra y se aferran a lo accidental: las tradiciones de los hombres, olvidando así el mandato de Dios. En 7, 15 pone su nueva manera de entender la purificación verdadera: “Nada de lo que entra al hombre mancha al hombre sino lo que sale de dentro es lo que lo contamina”. Lo que hay que sanar es la raíz que pervierte al hombre desde el centro operacional, deliberativo y humano: el corazón de la persona (7,21): «de allí sale lo que contamina al hombre» e inmediatamente menciona una serie de 12 malas acciones, en griego «Dialogismoi Kakoí» que significa: calculo malo, equivoco o errado. Todo inicia de una persona descentrada, que ha perdido el rumbo y que en su núcleo interior más íntimo (el corazón) está cerrado a Dios y sus acciones y actitudes no son casuales, son consecuencias de su actitud enferma, cerrada a Dios y consecuencia  de sus cálculos equívocos brotan doce acciones que destruyen progresivamente al hombre y su entorno. v.21ª “De dentro… salen…” vv.21b-22 (0) intenciones malas (1) fornicaciones, (2) robos, (3) asesinatos, (4) adulterios, (5) avaricias, (6) maldades, (7) fraude, (8) libertinaje, (9) envidia, (10) injuria, (11) insolencia, (12) insensatez. Cada una merece una explicación pero no hay espacio para hacerlo, pero debemos pedirle al Señor hoy: “Crea en mi un corazón puro, enséñame tus caminos, enséñame a calcular mis años para adquirir un corazón sensato”.

1. “fornicaciones” (porneíai) Se trata de deseos sexuales incontrolados que conducen a relaciones sexuales inmorales. Se trata de la persona para la cual cualquier tipo de relación da lo mismo y ésta se vuelve habitual, reiterativa, viciosa. El criterio de comportamiento es la propia satisfacción, haciendo de la pareja un objeto para la propia autocomplacencia. 2. “robos” (klopai) Se trata de aquel para quien la apropiación de lo ajeno es un comportamiento habitual. Tampoco en su caso hay una escala de valores en la cual el respeto y el amor por los demás esté en primer lugar. Coloca el entorno al servicio de sus propios intereses. Es un delincuente que actúa subrepticiamente, engañando siempre a los demás. 3. “asesinatos” (fonoi) La negación del otro llega a su punto más grave: no sólo lo usa sexualmente, no sólo se apropia de sus bienes sino que le rapta incluso la vida, que es el valor más preciado y se llega al homicidio.  4. “adulterios” (moijeíai) La lista comenzó con el tema de la inmoralidad sexual y retoma ahora el mismo tema, con el matiz de la “infidelidad” a la persona a la cual se le prometió amor total.  5. “codicias” (plenoxeíai) Es otro mal manejo del “deseo”. El término que Jesús utiliza significa literalmente tener (“ejo”) en sobreabundancia (“plen”). Pero, puesto que se trata de una acción (mala) derivada de una motivación interna (mala), hay que observar allí un comportamiento que va en doble dirección:

De fuera hacia adentro: (a) el deseo compulsivo de llenarse de cosas (se antoja de todo lo que ve en el supermercado) malgastando el dinero en lo que no vale la pena (el lujo desmedido), (b) el entrar en competencia con los demás motivado por la envidia (si fulano(a) tiene esto, yo también lo quiero, y ojalá mejor), (c) el placer de exhibir lo que se tiene con el fin de obtener una nueva ganancia: la felicitación y la envidia de los otros.

De dentro hacia fuera: la tacañería o avaricia de aquel al que le duele compartir. En otras palabras, la persona se vuelve “mezquina” (lo contrario de “don generoso”, en 2 Corintios 9,5) y avara, casi incapaz de ser generosa.

Cuando esto sucede, las relaciones comienzan basarse en las “cosas” y se pierde de vista al “otro” como valor fundamental, de ahí que sea en el fondo una negación de Dios, quien es el “Otro” por excelencia. Peor todavía, si consideramos que en el “adquirir, adquirir y adquirir”, en fondo hay una injusticia social que contradice el proyecto de fraternidad y solidaridad querido por Dios, porque quien acumula se está apropiando aquello que por derecho le pertenece a los otros.

6. “maldades” (poneríai) No se trata solamente de hechos malos en sí sino de una persona que está dañada en la estructura de su personalidad y encuentra placer en hacerle daño a los otros. Es una persona que se goza en ver a los demás sometidos, humillados, vapuleados, divididos; se alegra cuando otra persona cae en desgracia. Su motivación es la destrucción y ama complicarle la vida a los demás. Una persona “perversa” como ésta, cuya motivación fundamental en la vida es el ver las desgracias de los otros, tiende a agrupar en torno a sí a otras personas de la misma calaña. Como bien observan los escrituristas el “Maligno” es el título de Satanás, el que siendo malo en sí mismo, hace que los otros sean tan malos como él. 7. “fraude” (dolos) Se trata de aquella persona que actúa doblemente, con engaño, con el fin de lograr sus deseos ocultos. 8. “libertinaje” (asélgeia) Literalmente significa “desenfreno”, su mejor imagen es la del caballo desbocado que no acepta la rienda. Se trata del comportamiento de quien no acepta reglas, sintiéndose con derecho a todo. Su criterio de acción es el capricho personal y para conseguirlo pasa por encima de lo que sea empeñando en ello todas sus capacidades. Al contrario de que actúa por fraude (obra ocultamente), el que actúa por libertinaje hace sus maldades públicamente sin temor a escandalizar, perdiendo el respeto por sí mismo y por los otros, se vuelve literalmente “sin-vergüenza”. 9. “envidia” (oftalmós poneros; literalmente: “ojo malo”) Como bien lo indica el término original (“ojo malo”), es el comportamiento de aquella persona que mira con rabia el éxito y la felicidad de los demás. Esta actitud en realidad está a la base de las anteriores. Se trata de una persona que considera que no es suficientemente amada y que vale poco, por eso los demás son para ella una amenaza, considera que los demás son o tienen es un derecho que a ella le fue negado. 10.“injuria” (blasfemía) El término literalmente significa “calumnia”, pero en este contexto se refiere a Dios y por lo tanto se trata más bien del insulto a Dios. A Dios, a quien se le debe la adoración y la alabanza, se le dice todo lo contrario de lo que se le debe. La persona considera que no tiene nada que agradecerle a Dios. El resentimiento es grande. 11. “insolencia” (hyperefanía) Es consecuencia de lo anterior. La persona piensa que no tiene necesidad de Dios, que puede hacer y deshacer por su propia cuenta. Literalmente es el engrandecimiento de sí mismo, esto es, el orgullo, la autosuficiencia, la arrogancia. Una persona así se considera “el ombligo del mundo”, mira con desprecio a las demás personas considerándolas con menor capacidad y valor que ella. Su criterio de acción es el comparativo, partiendo del presupuesto de que él siempre es el mejor. La persona en su arrogancia se coloca al nivel o incluso por encima del mismo Dios 12. “insensatez” (afrosyné) El término es engañoso, no se refiere a una carencia de inteligencia, sino a la falta de disponibilidad para reconocer a Dios en su verdadera grandeza y potencia. Literalmente significa “locura”, pérdida del sentido de las cosas que termina en acciones desatinadas, por lo tanto sin criterio de valoración (moral), peor todavía: fuera del proyecto de Dios. Se trata de una persona sin rumbo en la vida, sin proyecto. Más que el “loco” en sí, es el que “se hace el loco” para pasarla bien, pero su vida no trascenderá.

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Imagen¿Hasta ustedes quieren dejarme?
© Pbro. Pablo A. Villafranca M.
La primera lectura esta tomada de Jos 24,1-2a.15-17.18.b. Hay que leer el capítulo entero para extraer el mensaje completo del libro. Pero todo se desprende de una opción funda…mental para todo hombre creyente y en la que este compromete y se juega la vida: ¡Elijan hoy a quién uieren servir! (24,15a). Una vez que han llegado a la tierra que Dios les ha dado, el pueblo debe «optar» por el Dios de la Alianza que los ha liberado y la Alianza misma que garantiza su humanidad y su libertad, o por antojadizas creencias, invenciones humanas, ídolos que los deshumanizarán y los llevarán a nuevas formas de servidumbre, esclavitud y opresión. El v. 15 es fundamental. Josué dice: “Yo y mi familia, serviremos a Yahvé”. La opción por Yahvé, la elección de la Alianza no se establece entre el jefe de Estado para que pase de él a toda la nación, sino con cada familia. Cada cabeza de familia se hace responsable que los hijos conozcan la ley y sus implicaciones. El hogar es el centro de instrucción berítica (de la Alianza), desde donde debe derramarse a toda la nación. Esta opción debe hacerse «una vez libres», y «poseyendo la tierra como don de la libertad» pues no es lo mismo obedecer cuando se es esclavo o se esta oprimido que cuando se es libre de verdad, allí se define la verdadera obediencia. Hoy cuando la Iglesia dice que la familia es “santuario de la vida” o “Iglesia doméstica” está recogiendo esta enseñanza veterotestamentaria que la familia es de donde brota la vivencia de los valores del reino, del respeto a la vida, del amor a Dios, donde frente a cualquier pretensión absolutista o idolátrica se dice: “Yo y mi familia, serviremos a Yahvé”.
Concluimos el discurso del pan de vida en Jn 6,60-69. Para San Juan es fundamental apuntar que finaliza el discurso y para eso hace una indicación de lugar en el v. 59 “Esto lo dijo enseñando en la sinagoga, en Cafanaún.”
Al concluir el largo discurso donde Jesús ha dicho que sus palabras son «Pan de Vida» y que «ha bajado del cielo» y es un nuevo maná y que su «Pan es su carne que da para la vida del mundo» y «quien come su carne y bebe su sangre tiene vida eterna», San Juan sintetiza la reacción en dos:
1- Incredulidad y abandono de muchos discípulos Jn 6, 60-67. Las palabras de Jesús les parecen duras de seguir, de comprender. Ese lenguaje les obliga a realizar rupturas epistemológicas, de comprensión: su férreo monoteísmo y su concepción de un Dios casi distante y que interviene en situaciones especiales. Y Jesús les ha dicho yo soy el Pan que ha bajado del cielo, les dirá ¿y cuando vuelva al Padre? «Mis palabras son Espíritu y vida»… Él es el Hijo de Dios, La Trinidad se esta revelando en Jesús, Dios es familia, es comunión, es Uno y Trino, morirá y resucitará, es demasiado para ellos. “Desde entonces muchos ya no andaban con él…”
¿Qué excusas tienes tu para no seguirle y abandonarle hoy? ¿Qué palabras de Jesús-Iglesia te resultan escandalosas para no seguirle?
2. Confesión de Fe de Pedro en nombre de los Doce Jn 6, 67-71 En primer lugar Simón reconoce a Jesús como el “Señor” el título que le da la comunidad cristiana a Jesús resucitado y glorificado. ¿A quién podríamos ir? (Es inútil toda búsqueda de felicidad, es infructuosa la búsqueda de salvación y de eternidad), sólo tu tienes palabras de vida eterna”. Hemos descubierto en tus palabras las promesas anheladas por nuestro pueblo y la de nuestros corazones por eso sabemos y creemos, que eres el santo de Dios. Simón reconoce al Mesías en Jesús, para eso se necesita la fe, para proclamarlo se necesita la fe, para no abandonarlo en la tribulación ni por conveniencia se necesita la fe.
“Señor, creo, pero aumenta mi poca fe”.Ver más

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Estudio Bíblico de base para la Lectio Divina del Domingo

Domingo
XV del Tiempo Ordinario

En la escuela de los verdaderos oyentes

“¡Mi
corazón está preparado, oh Dios,

para
producir treinta, sesenta y cien por uno!

Que sea
más o menos, ¡pero que sea siempre trigo!”

(San Agustín)

 

Introducción

 

Comienza una nueva sección del evangelio de Mateo. Se trata del tercer gran discurso formativo de Jesús a sus discípulos. Los dos primeros, el Sermón de la Montaña (Mt 5-7) y el Manual de la Misión (Mt 10), constituyeron como dos escalones en el camino de maduración de los discípulos.

Este nuevo discurso se centra en un aspecto importante del discipulado: Jesús no sólo dice lo que hay que hacer sino –teniendo en vista la maduración de la fe de los suyo- también los enseña a discernir la voluntad de Dios en cada circunstancia de la vida.  Para ello sirven las parábolas, las cuales son verdaderos ejercicios de discernimiento espiritual que tratan de captar el acontecer discreto del Reino en medio de las diversas circunstancias de la vida y motivan para hacer la elección correcta de la voluntad de Dios.

Es así como se descubre la naturaleza sorprendente del Reino de Dios. La enseñanza de Jesús se despliega a lo largo de siete parábolas bien ordenadas. Después de una breve introducción (13,1-2), comienzan las parábolas:

(1) El sembrador (13,1-9),

(2) El trigo y la cizaña (13,24-30),

(3) El grano de mostaza (13,31-32),

(4) La levadura (13,33),

(5) El tesoro escondido en el campo,

(6) La perla del mercader (13,45-46) y

(7) La pesca en la red que atrapa todo
(13,47-50).

Finalmente encontramos conclusión igualmente breve (13,51-52).

Las cuatro primeras parábolas, basadas en motivos vegetales, educan en el discernimiento propiamente dicho; las otras tres están dichas para motivar el paso, la decisión, ya que es posible tener claro lo que hay que hacer pero nunca llegar a hacer. La última parábola confirma que éstas están presentadas en clave de discernimiento: es como el pescador que cada día se sienta a la orilla del mar a recoger de la red lo que
le sirve y devolver al mar lo que no sirve o todavía no está maduro. Así la vida del discípulo todos los días y en este esfuerzo continuo debe perseverar para conducir una vida según la voluntad del Dios del Reino.

  1. 1.
    Ambientación del discurso. Notemos la ambientación del discurso:

Aquél día, Jesús salió de casa y se sentó a orillas del mar” (13,1).
Jesús sale de la casa en la que estaba y se va a la orilla del mar, recordamos se evoca el pasaje de la tempestad calmada (8,23). La multitud que
se reúne en torno a Él es grande (13,2). Con él subido en una barca y la gente sentada a la orilla. En este bello escenario comienza la enseñanza.

La parábola del sembrador (13,3b-9), la primera en contarse, distingue diversos tipos de terreno en los cuales caen las semillas arrojadas por el sembrador, destacando al final un terreno que es apto para la inmensa producción de que es capaz una simple semilla.

2.         Diversos tipos de terreno.

Y al sembrar, unas semillas cayeron a lo largo del camino; vinieron las aves y se las comieron. Al caer en el camino donde no puede ser cuidada, cae de superficialmente, así son las personas que oyen la palabra, pero no llega al corazón, no se arraiga no tiene raíz y el maligno la arranca.

Otras cayeron en pedregal, donde no tenían mucha tierra, y brotaron enseguida por no tener hondura de tierra; pero en cuanto salió el sol se agostaron y, por no tener raíz, se secaron. La semilla que cae en un terreno rocoso donde no puede hacer raíz y con el sol inclemente se seca, es el hombre que oye la palabra y la acepta inmediatamente con alegría, pero no admite la raíz es superficial, es incoherente en su actuar y por tanto no germina.

Otras cayeron entre abrojos; crecieron los abrojos y las ahogaron.
Aunque el suelo es bastante profundo para hacer raíz se encuentra con hierba, compara con el que oye la palabra, pero las preocupaciones personales y del mundo sofocan la palabra y no da frutos.

Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto, una ciento, otra sesenta, otra treinta. La semilla sembrada en la tierra es buena, en suelo profundo, no tiene abrojos, es la persona que abre su corazón, escucha la palabra  y da diferentes frutos

3.         Comportamiento del sembrador.

El comportamiento del sembrador, que es un profesional en la materia, ciertamente parece extraño cuando deja caer
algunas semillas en terreno impropio para el cultivo.  Sin embargo, esto corresponde a la realidad del evangelio: antes que la calidad de la tierra, lo que vale es la calidad de la semilla. Así obraba Jesús: arrojaba su semilla en corazones sobre los cuales los fariseos ya habían dado su dictamen negativo y consideraban excluidas de la salvación.

Entonces la imagen de un sembrador arrojando las semillas en los tres primeros terrenos es un retrato de la obra de Jesús quien no ha venido “a llamar a justos, sino a pecadores”(9,13). Ante todo se proclama la bondad de Dios, quien no tiene límites para ofrecer sus bendiciones (ver 6,45), pero esto implica de parte de cada hombre el hacerse a sí mismo “buena tierra” para que la semilla de la Palabra pueda crecer.

La Palabra de Dios se  nos da como un don, él no cuenta con la respuesta del hombre, la semilla cae en diferentes corazones pero a pesar de ello tendrá éxito en la mayor parte.  Es un relato que nos lleva a la esperanza.

“Para conseguir esta vida beata, la misma verdadera Vida en persona nos ha enseñado a orar, no con muchas palabras, como si por ello fuésemos a ser mejor escuchados cuanto más prolijos seamos (…). Puede parecer extraño que Dios os ordene hacerle peticiones cuando Él conoce, antes de que se lo pidamos, lo que necesitamos.  Debemos, sin embargo, considerar que a él no le importa tanto la manifestación de nuestros deseos, cosa que él conoce perfectamente, sino más bien que estos deseos se reaviven en nosotros mediante la súplica para que podamos obtener lo que ya está dispuesto
a concedernos (…)”

(San Agustín)

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón

1. ¿Cuál es la causa de no escuchar y entender la Palabra de Dios?

2. ¿Qué me pide el Señor con relación al evangelio de hoy?

3. ¿Cómo escuchamos la Palabra del Señor? ¿Abrimos el corazón al mensaje que nos
transmite?

 

 Anexo 1

Pistas para las otras lecturas del domingo

 

Sumario: Isaías compara la Palabra de Dios con la lluvia que baja del cielo para abrevar la tierra. Para el salmista, Dios
es un agricultor que trabaja la tierra. Así como los autores del Antiguo Testamento, Jesús usa las mismas imágenes agrarias: habla de un sembrador que sale a sembrar. Pablo también habla de la tierra, pero en el sentido de cosmos. Asocia el universo entero con la liberación que nos ha traído Jesucristo.

Primera lectura:
Isaías 55,10-11

“Así como la lluvia fecunda la tierra, así mi Palabra…”

El capítulo 55, conclusión de la obra del llamado “Segundo Isaías” (Is 40-55), lo leemos también en la vigilia pascual. Lástima que para la liturgia le hayan cortado los vv.12-13, donde se dice cuál es la misión para la cual la Palabra es enviada: “Sí, con alegría saldréis, y en paz seréis traídos…”.

Se trata del regreso del exilio que es vistocomo un “nuevo éxodo”, como una nueva pascua que se hace acontecimiento gracias a la fuerza exclusiva e irresistible de la Palabra de Yahvé.

En la Sagrada Escritura encontramos con frecuencia imágenes y metáforas para señalar la fuerza de la Palabra de Dios.
Recordemos a Jeremías, quien compara la Palabra con el fuego y el martillo (Jr 23,29) o al autor de Hebreos que recurre a la metáfora de la “espada de doble filo” (4,12).

Aquí Isaías se inspira en el mundo rural: para un campesino que se empeña todos los días contra la rudeza de una tierra árida,
no hay nada más deseado y amado que la lluvia, inicio y condición de cualquier ciclo de vida.

El profeta nos presenta la Palabra de tal manera, que nos hace pensar en Aquel que es la Palabra plena, definitiva, creadora y recreadora de Dios: Jesús (ver Jn 1,1-18). Es en la liturgia, celebración del misterio pascual, que se manifiesta y actúa esta vitalidad de la Palabra.

Salmo 64

Así como el profeta Isaías, el Salmo describe las actividades de un Dios que cultiva su tierra. Él abre las ventanas de lo alto y por los “riachuelos de Dios” corren aguas benefactoras.

Como buen campesino, Dios prepara la tierra y “bendice las semillas”. El agua es el símbolo de la vida. Todo chorrea en el Salmo: las tierras agrícolas, las hierbas y el desierto mismo. Esta tierra en fiesta es una parábola de la fecundidad de la Palabra y de la acción de Dios.

Segunda lectura: Romanos 8,18-23

Tenemos una magnífica página de Pablo en la que contempla el impacto cósmico del proceso de la redención y divinización del hombre.

Con un lenguaje algo atrevido, Pablo nos describe la ansiedad y el sufrimiento con que la creación expectante suspira por el surgimiento de una nueva humanidad de los hijos de Dios. De hecho, el hombre pecador –Adán– “abusó” de las realidades terrestres que le habían sido entregadas por Dios, instrumentalizándolas en función de su egoísmo. Se transformó así en un tirano que esclavizó el mundo, frustrándolo en
su orientación natural para la gloria de Dios, encerrándolo en la “vanidad”, en el vértigo de la corrupción, del absurdo, de la muerte.

Es en este contexto que se anuncia una buena noticia: va a surgir sobre la tierra un hombre nuevo, verdaderamente libre y, entonces, también el mundo podrá levantar la cabeza.

Este hombre nuevo es Cristo. Ese hombre nuevo somos nosotros los bautizados, quienes recibimos las primicias del Espíritu Santo. Pero las primicias, siendo el principio y la garantía de la cosecha, no son todavía una posesión completa. Todavía estamos en proceso de llegar a ser lo que somos (o seremos). La gloria de la redención plena todavía no ha sido alcanzada.

 

(V. P. –
J. S. – F. O.)

 

Anexo 2

Meditemos la Palabra con un Padre de la Iglesia

“¿Por qué una parte de la semilla cayó en el camino, otra en tierra pedregosa y otra entre espinos?

Si el sembradortemiese esas tierras difíciles tampoco habría llegado a la tierra buena. Mirémonos a nosotros para que no seamos camino, ni peñasco, ni matorral, sino tierra buena.

¡Mi corazón está preparado, oh Dios, para producir treinta, sesenta y cien por uno! Que sea más o menos, ¡pero que sea siempre trigo!

No seamos camino donde el enemigo, como un ave, arrebate la semilla pisada por los transeúntes. Ni roca donde la tierra escasa después haga germinar lo que después no resistirá el sol. Ni espinas que son las codicias del mundo y los cuidados de una vida viciosa.

¿Qué puede ser peor que los cuidados de la vida, que impiden llegar a la vida? ¿Qué puede ser más miserable que perder la vida preocupándose con ella? ¿Qué puede ser más infeliz que caer en la muerte temiendo la muerte?

¡Que se arranquen los espinos, que se prepare el campo, que se reciba la semilla, que se recoja la mies, que se desee el granero y que no se tema al fuego!

(San
Agustín, Sermón 101,3)

 


Anexo 3

Una bella aproximación homilética al evangelio de este domingo

 

“En este y en los próximos dos domingos escuchamos el capítulo 13 de Mateo, que recibe algunas parábolas con las que Jesús anuncia ‘los misterios del Reino de los cielos’.

Jesús, sale de la casa de Cafarnaún donde acostumbraba retirarse con su comunidad y viene al mar de Galilea, donde lo rodea la multitud. Decide sentarse en una barca y desde allí pronuncia su enseñanza. Jesús no hace discursos largos y complicados, se basa en breves parábolas, creaciones sapienciales y literarias que nacen de su capacidad de gratuidad y de contemplación de la realidad. Esto lo hace un
maestro singular: con sus parábolas proclama de forma sencilla ‘cosas escondidas desde la fundación del mundo’ (Mt 13,35).

La primera parábola, la que narra la semilla que cae sobre diversos tipos de terreno, es la más importante y de ella dependen las sucesivas. Es, de hecho, una especie de parábola en acto: cuando Jesús afirma que el ‘sembrador sale a sembrar’ está hablando de su sembrar ‘la semilla del Reino’ en cuanto lo escuchan sobre la orilla y, por tanto, está describiendo su acogida o rechazo. Por esto le dirige a la inteligencia de sus corazones la exhortación: ‘Quien tenga oídos, ¡escuche!’.

Según las costumbres de Palestina la semilla venía antes que el terreno fuera arado: el campesino esparcía la semilla por doquier. Así –dice Jesús—una parte de la semilla cae a lo largo del camino, donde es devorada por los pájaros; otra parte cae entre las zarzas y enseguida germina pero, con el sol, se seca por falta de raíz; otra parte cae entre los espinos, que enseguida la sofocan; otra parte cae sobre la tierra buena y da fruto.

 

Después Jesús vuelve a casa y les explica a los discípulos el significado de lo que ha narrado, enseñándoles cómo se debe escuchar la Palabra de Dios. Pero los cuatro terrenos de que habla Jesús están todos representados en nuestro único corazón, ¡son cuatro posibles respuestas a las Palabra!

En primer lugar uno tiene que interiorizar la Palabra, “rumiarla” con atención, de otra manera el Maligno enseguida se la roba: una escucha superficial no es una verdadera escucha, es infructuosa como la semilla sembrada a lo largo del camino.

Es necesario perseverar en la escucha: es fácil acoger la Palabra con alegría y dejar que ella de fruto por un instante, así como la semilla entre las piedras; pero de esa manera uno es persona “de un momento”, sin raíces, incapaz de enfrentar la prueba del tiempo y las tribulaciones que una auténtica escucha comporta.

Hay que luchar contra los ídolos seductores, como la acumulación de riquezas, de otra manera la Palabra es ahogada como la semilla por las espinas y no llega a dar el fruto de una fe madura.

En fin, ‘el que fue sembrado en tierra buena, es el que oye la Palabra y la comprende; éste sí que da fruto y produce, uno ciento, otro sesenta, otro treinta’. Esta es la escucha hecha con un corazón ‘recto y bueno’ (Lc 8,15), que se contrapone a aquella, según la Escritura, es la enfermedad más peligrosa: la dureza de corazón.

Se requiere un ejercicio diario de escucha, un predisponer todo para que la Palabra de Dios pueda obrar en nosotros. Para ello uno tiene que ser consciente de que la Palabra siempre es eficaz y que su potencia nunca deja lo que encuentra en misma situación inicial. Frente a ella no se puede ser neutral o indiferente: o uno la acoge y se convierte o, si ella es rechazada, endurece el corazón de quien la rechaza.

Esto es lo que ocurre también ante la persona de Jesús, Él es la Palabra hecha hombre, ‘el misterio del reino de los cielos’. De la comunión con él depende la fecundidad de nuestra vida.”

 

P. Enzo
Bianchi

Comunidad
de Bose

(Trad. y
Adap. FOC)

 

 

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II Domingo de Cuaresma

Jesús se transfiguró delante de ellos

Génesis 12,1-4. 2 Timoteo 1,8b-10. Mateo 17,1-9

            La liturgia de este domingo está centrada en tres grandes “vocaciones”: la vocación de Abraham,  que con prontitud abandona todas sus seguridades y se fía únicamente de Dios (primera lectura); la vocación del cristiano, llamado a una vida santa (segunda lectura), y la vocación de Cristo, “el Hijo amado”, que camina hacia la cruz y la gloria  por ser fiel al proyecto de Dios (evangelio). La cuaresma es un tiempo propicio para renovar nuestra fe y orientar nuestra vida hacia la novedad de la pascua de Cristo, el evento supremo a través del cual Dios “transfigura” el universo y la historia. Más en http://www.debarim.it/cuar2a_esp.htm

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I DOMINGO DE CUAREZMA

 Gen 2,7-9; 3,1-7. Sal 50. Rom 5,12-21. Mt 4,1-11

El evangelio de hoy nos presenta a Jesús, como el verdadero Adán, el hombre perfecto y fiel al proyecto de Dios. El Adán de Génesis 2, que ha encontrado la muerte a causa del pecado, vuelve a resplandecer en el horizonte de la historia en el hombre Jesús de Nazaret. Israel, que ha murmurado y ha sido infiel durante cuarenta años en el desierto (cf. Ex 15-17; Num 11-14), encuentra en el Mesías Jesús su expresión plena y auténtica. Más enhttp://www.debarim.it/cuar1a_2002esp.htm

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© Pbro. Pablo A. Villafranca M.

 

Durante mucho tiempo el tiempo, el pensamiento versaba sobre las cosas metafísicas y por ende sobre Dios, pero al llegar a la ‘modernidad’ en los albores del renacimiento, el que hacer cognoscitivo adquirió dos nuevos enfoques:

   a)- Del teocentrísmo (Dios como centro de todo lo creado y pensado) al

        antropocentrismo;

   b)- De la fe se pasó a la ‘razón’.

 

El materialismo en sus múltiples formas negó toda realidad de orden espiritual y trascendente, reconociendo en la misma sólo un ‘epifenómeno de la materia’. Tanto el materialismo dialéctico e histórico de Marx, cuyas raíces las encontramos en el pensamiento de Hegel, como el materialismo teológico de Feuerbach y el científico inspirado en las obras de A. Comte, O. Spengler y Darwin, engendraron el ‘materialismo práctico’, que es aquel que sin negar verbalmente ninguna realidad de orden espiritual o trascendente, hace que quien lo profesa viva como que sólo existe lo inmanente, lo que se palpa, explica y utiliza. Este materialismo hace que se prime lo mensurable, experimentable y rentable sobre lo que se siente, intuye y vive; prima el tener sobre el ser y sustituye el ‘creo’ por el ‘veo’, el ‘reconozco’ por  el ‘explico’.  El precio que pagó la humanidad ante esas ideas, fue grande: el comunismo ateo, el nazismo y la explotación del liberalismo burgués, entre otros.

A partir de lo anterior, la lectura de la historia manifiesta una pronunciada constante: ‘tras el olvido de Dios y la pretensión ‘genésica’ de colocarnos en su lugar, constatamos un progresivo olvido del hombre y asistimos a un mal endémico en las sociedades actuales:     ‘el eclipse de humanidad en el hombre’.

 

Consecuentemente al anuncio de la muerte Dios hecha por P, Ricoeur, M, de Faucault y F, Nietzche, emergió la muerte del hombre. Para el colectivismo Marxista el hombre se pierde en la masa social; el yo individual no existe, se con-funde en el todo social, en el colectivo indeterminado sin rostro, ni nombre propio ni dirección. Toda realidad de orden espiritual, como el amor, la afectividad y la trascendencia es negada rotundamente. La contra parte surge del liberalismo burgués, que pasó del colectivismo marxista al individualismo exacerbado que promovió el utilitarismo, el pragmatismo y el consumismo, cuyo lema era: ‘eres hombre por lo que produces y tienes y no por lo que eres’. Bajo estas dos ideologías nacieron dos bloques de países, dos modelos macro económicos, dos concepciones del mundo, una dualidad que escindió a la humanidad y desconcertó al hombre que entra al siglo XX con un complejo de soledad arraigado, propiciado por aquella tentación de ‘querer ser como dioses’ consiguiendo únicamente perder el rostro de hombres.  Xavier Zubiri expresa esa singular condición histórica del hombre moderno al decirnos que: ‘cuando el hombre y la razón creyeron serlo todo, se quedaron más solos que nunca: sin Dios, sin su mundo y sin si mismos’. El hombre del siglo XX entra a un mundo sintiendo vértigo de sus existencias, nauseas de su existir y coexistir, por que el fundamento ontológico de la fraternidad humana, yacía soterrado por el positivismo de las ciencias, el ateísmo de las sociedades originado por el olvido de Dios. En el mundo socialista y comunista la religión era exorcizada de los planes educativos y de las esferas sociales porque era el ‘opio del pueblo’, pero el verdadero opio oprimía a los hombres bajo sus regímenes; en el mundo liberal burgués y capitalista, el hombre aparecía di-vertido, existiendo sin co-existir, degenerando en categorías de T. Hobbes en ‘lobo para el mismo hombre’.

 

La protesta ante el olvido de Dios, lo trascendente y lo humano, vino pronto. S. Kierkegaard y H. Newman  anticiparán con su pensamiento a los filósofos del diálogo y a los de la persona; el olvido de sus planteamientos, nos costaría dos guerras mundiales, Vietnan, Auschwitz, Hiroschima, las continuas amenazas de un apocalipsis nuclear y la progresiva devastación ecológica. Sin embargo, la historia no se detiene,  ante el olvido de lo humano y la expulsión de lo divino de las sociedades y de las cátedras universitarias, los filósofos del diálogo exponen la realidad humana que nos vincula con Dios, el mundo y los demás.

 

F. Ebner leía con insólita atención el prólogo de Juan 1,1: “En el principio era la palabra”, y a partir de ahí empieza la afirmación constante que todo autentico principio nace del imperio de la palabra, del diálogo, ya que “la personalidad humana nace, se desarrolla y aspira a su plenitud en el diálogo con los demás”, este diálogo nace de la dialogisidad en del ser humano, creado por Dios para el diálogo, para ser su interlocutor. Sólo de cara al encuentro con el Tú divino, se encuentra el camino recto con el tú humano, este camino de ascensión de humanidad lo encuentra el hombre en el amor que lo libera de su yo y la palabra, el diálogo, que lo libera de su autorreclusión.  M. Buber y E. Lévinas hablan de lo mismo, del encuentro del hombre con Dios como clave de retorno para el reencuentro del hombre consigo mismo y su mundo. En esta línea se mueven los filósofos de la persona: J. Maritain, G. Marcel, E. Mounier, M. Nédoncelle y a estos se unieron las valiosas aportaciones de  E. Husserl, E. Stein, A. Reinach y M.Scheler. ¿Por qué hemos dicho todo esto?

 

Cada vez más se constata el olvido del hombre en nuestra sociedad, no el hombre abstracto, sino el concreto, el que toma su autobús para conseguir empleo y no lo encuentra, el que está sin techo, el que no goza de atención médica el que vale no por lo que parece o por lo que pueda producir o llegar a ser sino por lo que es: persona. En su rostro (según Lévinas) Dios se asoma, se nos revela ‘hambriento, desempleado, enfermo, injustamente encarcelado, oprimido etc.’. Cuando no entendemos o vemos ese rostro de Dios en el hermano, quien no se deja interpelar por el rostro de un ser humano, no será consciente de una  revelación de Dios en el rostro del otro, pero si será a corto plazo, testigo de una re-belión del otro.

 

Nicaragua necesita hombres que crean y que piensen, que dediquen su tiempo y su profesión al servicio de los otros y a beneficio de los mismos y no sólo del propio beneficio. ¿Cuándo empezar? Ya, ahora, quizás para mañana sea tarde, pero esta tarea debe acentuarse el domingo, que es ‘día del Señor y día del Hermano’, como dirá el Papa en su encíclica sobre el domingo Dies Domini. Es hora de abrir las puertas a Cristo, ya que: ‘El tiempo ofrecido a Cristo nunca es tiempo perdido, sino más bien ganado para la humanización profunda de nuestras relaciones y de nuestra vida’.

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Miércoles de Ceniza

Inicio de La Cuaresma

Joel 2,12-18 . II Cor 5,20 – 6,2 . Mt 6,1-6. 16-18

 

           Con el miércoles de ceniza iniciamos el tiempo litúrgico de la cuaresma, que constituye el itinerario de preparación y la puerta de entrada a la celebración gozosa del misterio de la Pascua de Cristo. Es un camino que evoca los cuarenta días de Moisés en la cima del monte Sinaí, los cuarenta años de Israel en el desierto antes de entrar en la tierra prometida y los cuarenta días de ayuno de Jesús antes de iniciar su ministerio público. Un camino que nos lleva a la renovación de nuestro bautismo y a la conversión de vida. No es un simple tiempo de penitencia y de prácticas ascéticas, sino un momento de profunda renovación interior y de una viva participación en el misterio pascual de Cristo. El acento no se pone en las prácticas penitenciales, sino en la acción santificadora del Señor; el ayuno y la mortificación de estos días son solamente un signo de nuestra participación en el misterio de Cristo, que ayuna en el desierto y entrega su vida para dar vida al mundo. Más en http://www.debarim.it/ceniza.htm

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No todo el que dice Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos

Mt 7,21-27

© P. Pablo A. Villafranca M.

No todo el que me diga: Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial. Muchos me dirán aquel Día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: ¡Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes de iniquidad! Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca. Y todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina. Palabra del Señor

Hoy nos encontramos con los versículos finales del primer sermón de los cinco en los que San Mateo aglutina la enseñanza de Jesús: es la conclusión del sermón de las bienaventuranzas y las consecuencias de un discipulado maduro y coherente con un nuevo orden en el corazón que se rige por un nuevo tipo de valores: los valores del Reino de los Cielos. http://pvillafranca.blogspot.com/2011/03/comentario-las-lecturas-del-domingo-ix.html

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