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Archive for julio 2011

Estudio Bíblico de base para la Lectio Divina del Domingo

Domingo
XV del Tiempo Ordinario

En la escuela de los verdaderos oyentes

“¡Mi
corazón está preparado, oh Dios,

para
producir treinta, sesenta y cien por uno!

Que sea
más o menos, ¡pero que sea siempre trigo!”

(San Agustín)

 

Introducción

 

Comienza una nueva sección del evangelio de Mateo. Se trata del tercer gran discurso formativo de Jesús a sus discípulos. Los dos primeros, el Sermón de la Montaña (Mt 5-7) y el Manual de la Misión (Mt 10), constituyeron como dos escalones en el camino de maduración de los discípulos.

Este nuevo discurso se centra en un aspecto importante del discipulado: Jesús no sólo dice lo que hay que hacer sino –teniendo en vista la maduración de la fe de los suyo- también los enseña a discernir la voluntad de Dios en cada circunstancia de la vida.  Para ello sirven las parábolas, las cuales son verdaderos ejercicios de discernimiento espiritual que tratan de captar el acontecer discreto del Reino en medio de las diversas circunstancias de la vida y motivan para hacer la elección correcta de la voluntad de Dios.

Es así como se descubre la naturaleza sorprendente del Reino de Dios. La enseñanza de Jesús se despliega a lo largo de siete parábolas bien ordenadas. Después de una breve introducción (13,1-2), comienzan las parábolas:

(1) El sembrador (13,1-9),

(2) El trigo y la cizaña (13,24-30),

(3) El grano de mostaza (13,31-32),

(4) La levadura (13,33),

(5) El tesoro escondido en el campo,

(6) La perla del mercader (13,45-46) y

(7) La pesca en la red que atrapa todo
(13,47-50).

Finalmente encontramos conclusión igualmente breve (13,51-52).

Las cuatro primeras parábolas, basadas en motivos vegetales, educan en el discernimiento propiamente dicho; las otras tres están dichas para motivar el paso, la decisión, ya que es posible tener claro lo que hay que hacer pero nunca llegar a hacer. La última parábola confirma que éstas están presentadas en clave de discernimiento: es como el pescador que cada día se sienta a la orilla del mar a recoger de la red lo que
le sirve y devolver al mar lo que no sirve o todavía no está maduro. Así la vida del discípulo todos los días y en este esfuerzo continuo debe perseverar para conducir una vida según la voluntad del Dios del Reino.

  1. 1.
    Ambientación del discurso. Notemos la ambientación del discurso:

Aquél día, Jesús salió de casa y se sentó a orillas del mar” (13,1).
Jesús sale de la casa en la que estaba y se va a la orilla del mar, recordamos se evoca el pasaje de la tempestad calmada (8,23). La multitud que
se reúne en torno a Él es grande (13,2). Con él subido en una barca y la gente sentada a la orilla. En este bello escenario comienza la enseñanza.

La parábola del sembrador (13,3b-9), la primera en contarse, distingue diversos tipos de terreno en los cuales caen las semillas arrojadas por el sembrador, destacando al final un terreno que es apto para la inmensa producción de que es capaz una simple semilla.

2.         Diversos tipos de terreno.

Y al sembrar, unas semillas cayeron a lo largo del camino; vinieron las aves y se las comieron. Al caer en el camino donde no puede ser cuidada, cae de superficialmente, así son las personas que oyen la palabra, pero no llega al corazón, no se arraiga no tiene raíz y el maligno la arranca.

Otras cayeron en pedregal, donde no tenían mucha tierra, y brotaron enseguida por no tener hondura de tierra; pero en cuanto salió el sol se agostaron y, por no tener raíz, se secaron. La semilla que cae en un terreno rocoso donde no puede hacer raíz y con el sol inclemente se seca, es el hombre que oye la palabra y la acepta inmediatamente con alegría, pero no admite la raíz es superficial, es incoherente en su actuar y por tanto no germina.

Otras cayeron entre abrojos; crecieron los abrojos y las ahogaron.
Aunque el suelo es bastante profundo para hacer raíz se encuentra con hierba, compara con el que oye la palabra, pero las preocupaciones personales y del mundo sofocan la palabra y no da frutos.

Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto, una ciento, otra sesenta, otra treinta. La semilla sembrada en la tierra es buena, en suelo profundo, no tiene abrojos, es la persona que abre su corazón, escucha la palabra  y da diferentes frutos

3.         Comportamiento del sembrador.

El comportamiento del sembrador, que es un profesional en la materia, ciertamente parece extraño cuando deja caer
algunas semillas en terreno impropio para el cultivo.  Sin embargo, esto corresponde a la realidad del evangelio: antes que la calidad de la tierra, lo que vale es la calidad de la semilla. Así obraba Jesús: arrojaba su semilla en corazones sobre los cuales los fariseos ya habían dado su dictamen negativo y consideraban excluidas de la salvación.

Entonces la imagen de un sembrador arrojando las semillas en los tres primeros terrenos es un retrato de la obra de Jesús quien no ha venido “a llamar a justos, sino a pecadores”(9,13). Ante todo se proclama la bondad de Dios, quien no tiene límites para ofrecer sus bendiciones (ver 6,45), pero esto implica de parte de cada hombre el hacerse a sí mismo “buena tierra” para que la semilla de la Palabra pueda crecer.

La Palabra de Dios se  nos da como un don, él no cuenta con la respuesta del hombre, la semilla cae en diferentes corazones pero a pesar de ello tendrá éxito en la mayor parte.  Es un relato que nos lleva a la esperanza.

“Para conseguir esta vida beata, la misma verdadera Vida en persona nos ha enseñado a orar, no con muchas palabras, como si por ello fuésemos a ser mejor escuchados cuanto más prolijos seamos (…). Puede parecer extraño que Dios os ordene hacerle peticiones cuando Él conoce, antes de que se lo pidamos, lo que necesitamos.  Debemos, sin embargo, considerar que a él no le importa tanto la manifestación de nuestros deseos, cosa que él conoce perfectamente, sino más bien que estos deseos se reaviven en nosotros mediante la súplica para que podamos obtener lo que ya está dispuesto
a concedernos (…)”

(San Agustín)

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón

1. ¿Cuál es la causa de no escuchar y entender la Palabra de Dios?

2. ¿Qué me pide el Señor con relación al evangelio de hoy?

3. ¿Cómo escuchamos la Palabra del Señor? ¿Abrimos el corazón al mensaje que nos
transmite?

 

 Anexo 1

Pistas para las otras lecturas del domingo

 

Sumario: Isaías compara la Palabra de Dios con la lluvia que baja del cielo para abrevar la tierra. Para el salmista, Dios
es un agricultor que trabaja la tierra. Así como los autores del Antiguo Testamento, Jesús usa las mismas imágenes agrarias: habla de un sembrador que sale a sembrar. Pablo también habla de la tierra, pero en el sentido de cosmos. Asocia el universo entero con la liberación que nos ha traído Jesucristo.

Primera lectura:
Isaías 55,10-11

“Así como la lluvia fecunda la tierra, así mi Palabra…”

El capítulo 55, conclusión de la obra del llamado “Segundo Isaías” (Is 40-55), lo leemos también en la vigilia pascual. Lástima que para la liturgia le hayan cortado los vv.12-13, donde se dice cuál es la misión para la cual la Palabra es enviada: “Sí, con alegría saldréis, y en paz seréis traídos…”.

Se trata del regreso del exilio que es vistocomo un “nuevo éxodo”, como una nueva pascua que se hace acontecimiento gracias a la fuerza exclusiva e irresistible de la Palabra de Yahvé.

En la Sagrada Escritura encontramos con frecuencia imágenes y metáforas para señalar la fuerza de la Palabra de Dios.
Recordemos a Jeremías, quien compara la Palabra con el fuego y el martillo (Jr 23,29) o al autor de Hebreos que recurre a la metáfora de la “espada de doble filo” (4,12).

Aquí Isaías se inspira en el mundo rural: para un campesino que se empeña todos los días contra la rudeza de una tierra árida,
no hay nada más deseado y amado que la lluvia, inicio y condición de cualquier ciclo de vida.

El profeta nos presenta la Palabra de tal manera, que nos hace pensar en Aquel que es la Palabra plena, definitiva, creadora y recreadora de Dios: Jesús (ver Jn 1,1-18). Es en la liturgia, celebración del misterio pascual, que se manifiesta y actúa esta vitalidad de la Palabra.

Salmo 64

Así como el profeta Isaías, el Salmo describe las actividades de un Dios que cultiva su tierra. Él abre las ventanas de lo alto y por los “riachuelos de Dios” corren aguas benefactoras.

Como buen campesino, Dios prepara la tierra y “bendice las semillas”. El agua es el símbolo de la vida. Todo chorrea en el Salmo: las tierras agrícolas, las hierbas y el desierto mismo. Esta tierra en fiesta es una parábola de la fecundidad de la Palabra y de la acción de Dios.

Segunda lectura: Romanos 8,18-23

Tenemos una magnífica página de Pablo en la que contempla el impacto cósmico del proceso de la redención y divinización del hombre.

Con un lenguaje algo atrevido, Pablo nos describe la ansiedad y el sufrimiento con que la creación expectante suspira por el surgimiento de una nueva humanidad de los hijos de Dios. De hecho, el hombre pecador –Adán– “abusó” de las realidades terrestres que le habían sido entregadas por Dios, instrumentalizándolas en función de su egoísmo. Se transformó así en un tirano que esclavizó el mundo, frustrándolo en
su orientación natural para la gloria de Dios, encerrándolo en la “vanidad”, en el vértigo de la corrupción, del absurdo, de la muerte.

Es en este contexto que se anuncia una buena noticia: va a surgir sobre la tierra un hombre nuevo, verdaderamente libre y, entonces, también el mundo podrá levantar la cabeza.

Este hombre nuevo es Cristo. Ese hombre nuevo somos nosotros los bautizados, quienes recibimos las primicias del Espíritu Santo. Pero las primicias, siendo el principio y la garantía de la cosecha, no son todavía una posesión completa. Todavía estamos en proceso de llegar a ser lo que somos (o seremos). La gloria de la redención plena todavía no ha sido alcanzada.

 

(V. P. –
J. S. – F. O.)

 

Anexo 2

Meditemos la Palabra con un Padre de la Iglesia

“¿Por qué una parte de la semilla cayó en el camino, otra en tierra pedregosa y otra entre espinos?

Si el sembradortemiese esas tierras difíciles tampoco habría llegado a la tierra buena. Mirémonos a nosotros para que no seamos camino, ni peñasco, ni matorral, sino tierra buena.

¡Mi corazón está preparado, oh Dios, para producir treinta, sesenta y cien por uno! Que sea más o menos, ¡pero que sea siempre trigo!

No seamos camino donde el enemigo, como un ave, arrebate la semilla pisada por los transeúntes. Ni roca donde la tierra escasa después haga germinar lo que después no resistirá el sol. Ni espinas que son las codicias del mundo y los cuidados de una vida viciosa.

¿Qué puede ser peor que los cuidados de la vida, que impiden llegar a la vida? ¿Qué puede ser más miserable que perder la vida preocupándose con ella? ¿Qué puede ser más infeliz que caer en la muerte temiendo la muerte?

¡Que se arranquen los espinos, que se prepare el campo, que se reciba la semilla, que se recoja la mies, que se desee el granero y que no se tema al fuego!

(San
Agustín, Sermón 101,3)

 


Anexo 3

Una bella aproximación homilética al evangelio de este domingo

 

“En este y en los próximos dos domingos escuchamos el capítulo 13 de Mateo, que recibe algunas parábolas con las que Jesús anuncia ‘los misterios del Reino de los cielos’.

Jesús, sale de la casa de Cafarnaún donde acostumbraba retirarse con su comunidad y viene al mar de Galilea, donde lo rodea la multitud. Decide sentarse en una barca y desde allí pronuncia su enseñanza. Jesús no hace discursos largos y complicados, se basa en breves parábolas, creaciones sapienciales y literarias que nacen de su capacidad de gratuidad y de contemplación de la realidad. Esto lo hace un
maestro singular: con sus parábolas proclama de forma sencilla ‘cosas escondidas desde la fundación del mundo’ (Mt 13,35).

La primera parábola, la que narra la semilla que cae sobre diversos tipos de terreno, es la más importante y de ella dependen las sucesivas. Es, de hecho, una especie de parábola en acto: cuando Jesús afirma que el ‘sembrador sale a sembrar’ está hablando de su sembrar ‘la semilla del Reino’ en cuanto lo escuchan sobre la orilla y, por tanto, está describiendo su acogida o rechazo. Por esto le dirige a la inteligencia de sus corazones la exhortación: ‘Quien tenga oídos, ¡escuche!’.

Según las costumbres de Palestina la semilla venía antes que el terreno fuera arado: el campesino esparcía la semilla por doquier. Así –dice Jesús—una parte de la semilla cae a lo largo del camino, donde es devorada por los pájaros; otra parte cae entre las zarzas y enseguida germina pero, con el sol, se seca por falta de raíz; otra parte cae entre los espinos, que enseguida la sofocan; otra parte cae sobre la tierra buena y da fruto.

 

Después Jesús vuelve a casa y les explica a los discípulos el significado de lo que ha narrado, enseñándoles cómo se debe escuchar la Palabra de Dios. Pero los cuatro terrenos de que habla Jesús están todos representados en nuestro único corazón, ¡son cuatro posibles respuestas a las Palabra!

En primer lugar uno tiene que interiorizar la Palabra, “rumiarla” con atención, de otra manera el Maligno enseguida se la roba: una escucha superficial no es una verdadera escucha, es infructuosa como la semilla sembrada a lo largo del camino.

Es necesario perseverar en la escucha: es fácil acoger la Palabra con alegría y dejar que ella de fruto por un instante, así como la semilla entre las piedras; pero de esa manera uno es persona “de un momento”, sin raíces, incapaz de enfrentar la prueba del tiempo y las tribulaciones que una auténtica escucha comporta.

Hay que luchar contra los ídolos seductores, como la acumulación de riquezas, de otra manera la Palabra es ahogada como la semilla por las espinas y no llega a dar el fruto de una fe madura.

En fin, ‘el que fue sembrado en tierra buena, es el que oye la Palabra y la comprende; éste sí que da fruto y produce, uno ciento, otro sesenta, otro treinta’. Esta es la escucha hecha con un corazón ‘recto y bueno’ (Lc 8,15), que se contrapone a aquella, según la Escritura, es la enfermedad más peligrosa: la dureza de corazón.

Se requiere un ejercicio diario de escucha, un predisponer todo para que la Palabra de Dios pueda obrar en nosotros. Para ello uno tiene que ser consciente de que la Palabra siempre es eficaz y que su potencia nunca deja lo que encuentra en misma situación inicial. Frente a ella no se puede ser neutral o indiferente: o uno la acoge y se convierte o, si ella es rechazada, endurece el corazón de quien la rechaza.

Esto es lo que ocurre también ante la persona de Jesús, Él es la Palabra hecha hombre, ‘el misterio del reino de los cielos’. De la comunión con él depende la fecundidad de nuestra vida.”

 

P. Enzo
Bianchi

Comunidad
de Bose

(Trad. y
Adap. FOC)

 

 

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